Y entonces sucede que un día amaneces con el corazón oprimido, no te puedes dormir, no te quieres levantar, no quieres continuar, o mejor dicho, no tienes ganas de continuar, porque sientes que la vida no tiene sentido, no quieres comer, vas llorando por todos los rincones a la menor provocación, sientes que el dolor te está matando, sientes que todo terminó y no puedes imaginar cómo es que tú y la persona que amas se han convertido en dos extraños que apenas ayer eran felices, te duele, te da rabia, y tanto, que lo único que quieres… es morir.
Todo un torrente de emociones que, por si fueran poco, las acompañas con miradas al maldito Whatsapp, con canciones, películas y poemas desgarradores que sólo contribuyen a acrecentar el dolor y a encerrarte en tu habitación por algún tiempo, haciendo del café y los pañuelos desechables tus mejores amigos.
Sabes de lo que hablo ¿verdad? Es decir, tienes el corazón enmigajado, hecho añicos… ¡lo tienes roto!. Y no trates de disimularlo, no intentes esconder los pedacitos bajo la alfombra o debajo de la almohada, porque no se pueden ocultar, ellos se notan especialmente en las ojeras. Pero no te preocupes, todos, en mayor o menor medida, hemos pasado por esto, hemos creído que nos vamos a morir de amor, o mejor dicho, de desamor.
Es curioso como se compara al amor con poderosas drogas y adicciones que poco a poco auto-destruyen no sólo el cuerpo, sino también el alma. Y lo único cierto, es que cada quien elige sus vicios y la deliciosa manera en la que los sufre, porque por más poético que suene, el amor no mata, es más, el amor no debería de doler, y si duele es por una simple razón: porque somos estúpidos y tomamos malas decisiones, ya sea seleccionando a las personas incorrectas, alejando a las que realmente valen la pena y nos aman o, simplemente, aferrándonos a una historia que ya llegó a su final. Quizá el amor sí sea una droga, pero la elección de que te destruya es de cada quien, sólo tú permites que te rompan el corazón.
Pero ni con el corazón roto te vas a morir de amor, claro que no, aunque quisieras, a lo mucho te puedes morir de depresión, pero para morirte de depresión tienes que ser, o muy pendejo, o padecer un severo desorden neuroquímico. Y mira, el desorden neuroquímico se puede solucionar con una buena terapia y quizá medicamentos, pero lo pendejo se quita dejando de ser pendejo.
Es cierto que el desamor duele, eso nadie lo niega, y no importa cómo o por qué terminó, porque al igual que todo, el dolor también tiene un final y, poco a poco, lo iras dejando atrás y sólo te quedará extrañar esa historia que perdiste. Sobrevivimos, siempre sobrevivimos, a veces, muy a pesar nuestro, y digo muy a pesar porque lo que menos quisiéramos es dejar todo atrás, sino revivir eso que tanto nos importó y ya no podemos.
El final de una historia siempre va a doler, y negarte a vivir este proceso es como tirar un buen libro a la basura sólo porque descubriste que en el último capítulo había un final. Con lo bueno que fue amar y vivir ese pedacito de felicidad, y ve, es tuyo, nadie te lo quitará, lo podrás encontrar allí, en tu memoria cuando lo necesites. Ahí donde se guardan las cosas más importantes e interesantes de nuestra vida.
De amor nadie se muere aunque tengas el corazón en pedacitos, aunque agonices en el intento. Lo importante es intentar armar el rompecabezas, y no importa que no encajen todas las piezas, los huecos puedes rellenarlos con recuerdos agradables. Seguramente quedará algo desfigurado, medio irreconocible, pero igual se puede acomodar en la caja torácica hasta la próxima catástrofe cardiaca… Así de suicida es el amor.